La invasión a Irak es la culminación de 80 años de codiciar el petróleo y los recursos hídricos de Medio Oriente y Asia Central.
La caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a princi-pios de los años noventa del siglo pasado y el alto desarrollo tecno-lógico militar de Estados Unidos, representan las condiciones para la efectiva política de “guerras permanentes” en la zona del golfo Pérsico. En 1979, en plena guerra fría, el entonces presidente de Estados Unidos, James Carter, definió que Medio Oriente era una de las prioridades fundamentales para su país ¿Qué importancia tiene esta declaración años después, ya sin el escenario de la bipola-ridad Estados Unidos-Unión Soviética y a la luz del actual ataque militar contra Irak?
De hecho, la definición de Medio Oriente como un interés vital para la Unión Americana es anterior. Desde 1925 Washington em-pieza junto con Francia e Inglaterra a repartirse el petróleo. Ingla-terra se queda con 50%, Francia el 25 y Estados Unidos también con el 25. En 1941 la Casa Blanca afirma la siguiente posición: el imperio británico va a desaparecer en la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos está predestinado a tomar su lugar.
Gran parte del premio de la Segunda Guerra Mundial y de la sustitución del imperio británico por el estadounidense, fue Medio Oriente. En esa zona están las tres reservas petroleras más grandes del mundo, Arabia Saudita, Irak y el mar Caspio. La cuarta zona es Venezuela. Entonces, si puedes dominar 75% del petróleo junto a los recursos hídricos, y si se piensa que la superioridad tecnológi-ca militar permite conquistarlo, entonces, en la lógica imperial, se tiene el dominio completo. Lo que vemos hoy en día es la culminación de 80 años de codiciar esta zona de Asia, que ha llevado a los golpes de estado en los años cincuenta, el de Irán en los sesenta y ahora la guerra de Bush, quien piensa que su objetivo es ya alcanzable. Obviamente esto es una ilusión y Estados Unidos no se va a quedar con todo eso, sería materialmente imposible. ¿Pero qué diferencias existen entre la actual guerra de Estados Unidos contra Irak y las que se dieron durante la llamada guerra fría en el Medio Oriente?
Hay dos diferencias fundamentales. Primero, ciertos Estados seculares de Medio Oriente, como Siria, Irak y en parte Egipto, estaban protegidos por la Unión Soviética. En 1956 Francia e Is-rael, cuando el presidente egipcio Nasser nacionaliza el canal de Suez, hicieron una intervención armada y de inmediato la Unión Soviética amenazó con responder militarmente. En la derrota de los árabes tras la guerra de 1973, cuando los israelíes quisieron tomar el canal de Suez para tomar el Cairo, Moscú amenazó otra vez con intervenir directamente. La Unión Soviética, entonces potencia protectora de esos Estados seculares frente a las potencias imperiales, hoy ha desaparecido. Así el Medio Oriente es una joya codiciada por el primer ladrón que se aparezca, en este caso, Estados Unidos.
Segundo, la combinación de las modernas armas de largo alcan-ce con la informática ha sido desarrollada por Washington en un nivel mayor que otros Estados. Esto permite decir a la Unión Ame-ricana que cualquier país que enfrente y que no sea una potencia mundial, será derrotado sin bajas humanas propias considerables. Por ejemplo, en la reciente guerra contra Afganistán murieron ape-nas 50 soldados estadounidenses, y en la primera guerra contra Irak, en 1991, murieron apenas 150 estadounidenses, que es una cifra pe-queña comparada con cien mil iraquíes muertos.
Entonces, esas son las dos diferencias fundamentales, que ya no está la Unión Soviética para proteger a las naciones de Medio Oriente y, en segundo lugar, la arrogancia del poder militar que ha nublado las cabezas de gente mediocre como Bush y Rumsfeld, quienes piensan que ahora sí pueden arreglar todo por medio de las armas. Esto es una ilusión tan grande como la de Hitler en 1939. Con el inicio de la intervención a Irak por parte de Estados Unidos y sus aliados, la actual situación de los organismos multilaterales, tales como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es compa-rable a un edificio que descansa sobre placas tectónicas que, cuando se mueven, afectan a la superestructura. En este caso, las placas tec-tónicas —siguiendo esta metáfora— son las grandes potencias mundiales que financian a la ONU. Ahora, Estados Unidos quiere salir de esa definición de correlación de fuerzas al interior de las Naciones Unidas, porque piensa que tiene la fuerza para asumir más poder al interior y, no contento con casi el monopolio en el se-no del Consejo de Seguridad, quiere el control total.
Las otras potencias sobre las cuales descansa la ONU se revelaron y la consecuencia no es la desaparición de la ONU porque, a mi juicio, hay tareas mundiales prioritarias por hacer en salud, educación y eco-logía; por lo tanto, es necesario un cuerpo mundial activo. Yo creo que al fin de esa operación militar, Estados Unidos va a tener que reconocer que su poder no es suficiente para imponer un monopolio mafioso en la ONU, sino que va a tener que utilizar una función tripartita de poder junto a sus comparsas en Madrid, Lon-dres y Tel Aviv, el bloque de los europeos, con Rusia a la cabeza, y China con sus aliados asiáticos. Entonces, no va a desaparecer la ONU, sino que habrá una renegociación del poder que va a llevar a Washington a toparse con la realidad. Tiene que aceptar que hay dos potencias imperialistas con gran poder.
En la OTAN la cosa es más seria. La conclusión del bloque Ber-lín-París-Londres luego de las guerras en Kosovo y en el golfo Pér-sico en 1991, fue que Europa necesitaba su propia fuerza militar capaz de sofocar rebeliones en el traspatio de la Unión Europea: los Balcanes. Por eso, las potencias europeas tuvieron que hacer un sis-tema de satélites militares globales en lugar de utilizar el de Estados Unidos. Esta tendencia hacia la creación de una OTAN sin el control au-tomático de Washington se fortalecerá y va a girar en torno, a mi juicio, de Francia, y más tarde de Rusia; entonces, vamos a tener dos potencias militares mundiales: la fracción de la OTAN dominada por Washington y la fracción europea. Sin embargo, estas son diferen-cias tácticas porque las potencias coinciden en la necesidad de ex-plotar al llamado Tercer Mundo, de tal manera que esas coaliciones pelearán contra las disidencias antisistémicas. Cuando aparezca una rebelión anticapitalista o antisistémica que haga peligrar sus intereses, veremos que se van a juntar para pelear. Hay que entender que su interés estratégico de explotar el mundo coincide, aunque a veces tengan diferencias tácticas sobre los métodos más oportunos para implementarlo.
Los países árabes en la geopolítica de la zona
El problema de los países árabes es que están tan balcanizados como los países latinoamericanos. Sin embargo, esta guerra repre-senta un parteaguas porque la tendencia hacia la conservación de la explotación petrolera en Arabia Saudita y otros países árabes está llegando a su fin. Esta intervención va a crear, a mi juicio, una nue-va idea de panarabismo. Una nueva búsqueda de identidad arábiga se empieza a forjar; por lo tanto, creo que la relativa estabilidad reaccionaria represiva, oscurantista, que había en Medio Oriente y Asia Central mediante regímenes integristas ha sido destruida por Washington. El precio que Washington va a pagar por su desme-sura será mucho mayor de lo que va a ganar con el control parcial del petróleo.
La estrategia militar de Irak
Poco antes de la invasión estadounidense a Irak en 1991, un gran estratega militar le envió un consejo a Saddam Hussein. Que su estrategia bélica lo llevaría hacia una catástrofe, que mejor buscara un arreglo político que impidiera la destrucción de sus fuerzas armadas y de su país. Ese estratega era Fidel Castro. El comandante Fidel Castro en Cuba y el comandante Manuel Marulanda en Colombia, son dos de los estrategas militares más importantes del mundo contemporáneo. De tal manera que una opinión del presidente cubano en la materia no se toma a la ligera. Sin embargo, Saddam no le hizo caso. Esta vez, todo indica que la estrategia militar de Irak es más realista y que se han aprendido algunas lecciones de 1991.
La esencia de esas lecciones es la siguiente. El orden de batalla y el plan de operaciones de la invasión estadounidense de 1991 seguía los patrones de las campañas militares de Hitler en el frente oriental. La topografía de Irak, muy semejante a la del occidente de la URSS, proporcionaba la clave conceptual para la invasión: grandes planicies sin obstáculos naturales de consideración, ofrecían condi-ciones óptimas para fuerzas blindadas y mecanizadas. El “teatro de operaciones” de Irak dictaba una lógica militar ofensiva esencialmente idéntica a la de la guerra nazi contra la Unión Soviética, y lo mismo era válido para la doctrina militar que profesaban los invasores de la Organización del Tratado del Atlán-tico Norte (OTAN): el Blitzkrieg (guerra relámpago) de Hitler, re-bautizado en la OTAN como “Air Land Battle-2000”.
Existía en 1991, sin embargo, una diferencia fundamental frente a los escenarios de Hitler: la revolución tecnológica en las fuerzas militares aéreas y espaciales, que permite la detección y destruc-ción de cualquier blanco táctico en tierra mediante armas telediri-gidas. Ese adelanto significa que de los tres elementos centrales del Blitzkrieg —los tanques, la artillería y la fuerza aérea— los pri-meros dos se vuelven insignificantes cuando carecen de superiori-dad aérea. Ni los tanques ni la artillería pesada tienen valor militar, hoy día, si no tienen defensa aérea, porque los equipos electrónicos identifican en cuestión de minutos las coordenadas y pueden des-truirlos con suma rapidez. Ya en las guerras árabe-israelíes de los setenta, esa tecnología estaba tan desarrollada que después de cada disparo, un tanque tenía que cambiar inmediatamente su posición para no ser alcanzado por el enemigo. Sin defensa aérea adecuada, con una estrategia de la guerra de posiciones de la Primera Guerra Mundial, los cinco mil tanques, su parque de artillería y su ejército de un millón de efectivos no le sir-vieron para nada a Saddam. Fueron destruidos en una matanza uni-lateral que se refleja contundentemente en las cifras de bajas de ambos lados.
Las lecciones militares de 1991 y, posteriormente, de la guerra de Kosovo, para pequeños países del Tercer Mundo, fueron obvias: 1) la fuerza aérea de un país subdesarrollado no tiene nada que hacer fren-te a la fuerza aérea y espacial estadounidense; por lo tanto, tiene que descartarse como un factor de poder militar propio; 2) lo mismo es válido para su marina de guerra; 3) en países con una topografía des-favorable para el defensor, como la de Irak, sólo las ciudades pueden suplir el papel de las montañas y selvas; 4) las ciudades tienen que sustituir también la falta de espacio y tiempo para retiradas estratégicas, que son imprescindibles para un exitoso empleo de la defensa estra-tégica frente a un enemigo muy superior; 5) la estrategia militar no puede ser la guerra convencional, tiene que ser “la guerra de todo el pueblo”, con horizontes de tiempo prolongados; el papel de las fuer-zas regulares consiste en detener temporalmente el avance enemigo —con horrendas pérdidas humanas ante la superioridad enemiga— mientras que el papel estratégico recae en el pueblo armado y las tropas especiales; 6) frente a la enorme superioridad tecnológica y de poder de fuego del agresor, el éxito de la defensa reside en una combinación de los siguientes elementos: a) amplias fuerzas especia-les, para la guerra irregular; b) uso extensivo de minas terrestres y marítimas; c) entrenar entre el pueblo a decenas de miles de franco-tiradores con fusiles especiales; d) equipos de visión nocturna; e) pe-queños equipos móviles con cohetes antiaéreos, tal como usaron con gran éxito los yugoslavos contra la intervención estadounidense; f) organización descentralizada con sistemas de comunicación confia-bles, no sólo entre las unidades de resistencia, sino entre el comando central y esas unidades. Esto es tan importante en términos operati-vos como para mantener la moral pública.
La estrategia militar empleada actualmente por Irak contra los “nuevos mongoles” (Saddam Hussein) muestra algunos de esos ele-mentos, aunque sorprende que parecen no utilizarse minas ni franco-tiradores. Sin embargo, la evasión de enfrentamientos directos con las columnas blindadas estadounidenses, hasta ahora, y el empleo de tác-ticas de la guerra irregular en la retaguardia, han sido un gran acierto que, junto con las condiciones climáticas, el extraordinario heroísmo de muchos combatientes iraquíes y la estrategia militar equivocada de Washington, han puesto en problemas a la invasión gringa.
Mientras los iraquíes han adecuado su estrategia a las condicio-nes de la guerra actual, la campaña estadounidense es esencialmente una réplica de la de 1991. Pero es una réplica con serias deficiencias, concebida por estrategas de pacotilla del tipo Donald Rumsfeld, Dick Cheney y George W. Bush, que conocen los campos de bata-lla sólo por las películas de Hollywood y cuya incultura les impide entender la dimensión de la política. Cabezas militares cuadradas y oportunistas, como las de los generales Tommy Franks, jefe del Comando Central, y Richard Myers, jefe del Estado Mayor Conjunto, tampoco ayudaron, de tal manera que toda la campaña fue conceptualizada sobre la noción de Rumsfeld de que los libertadores se enfrentarían a un tigre de papel. Según esto, la guerra psicológica, junto con la demostración del poderío aéreo y de las armas pesadas en algunas operaciones qui-rúrgicas, produciría un rápido colapso en la voluntad de combate del pueblo y de las fuerzas armadas. La doctrina de Powell de atacar sólo con “fuerza abrumadora” (overwhelming power), fue pasada por alto, al igual que advertencias de la inteligencia militar sobre la de-terminación combativa de las fuerzas paramilitares, y la doctrina del estratega light, Rumsfeld, se impuso.
La falacia de este supuesto estratégico ha obligado a cambiar toda la arquitectura de la estrategia militar de la guerra estadouni-dense; ha creado un problema de legitimidad política existencial para los nuevos nazis en Washington y Londres; ha aumentado el peligro de una mayor brutalidad aún de su parte y la amenaza de una desestabilización general de la región. El plan de operaciones que preveía el avance relámpago hacia el “centro de gravedad “ iraquí (Bagdad), en una guerra de dos fren-tes, mediante columnas armadas que penetrasen desde el norte (Turquía) y el sur (Kuwait), guiadas por la estrategia de Hitler, y que dejaran la “liberación” de las ciudades en manos de levanta-mientos espontáneos iraquíes, ha fracasado, complicando los tiem-pos, la logística y la base ideológica de la agresión. Esto por dos razones. 1) El plan de dejar los “focos de resisten-cia” en la retaguardia para una posterior atención fracasó, porque desde esos “focos” se realizan operaciones militares contra las líneas de abastecimiento y comunicación de las tropas de avanzada. 2) La catás-trofe humanitaria de la población civil, por ejemplo en Basora, por la falta de agua y alimentos, obliga a los invasores que están bajo el es-crutinio de la opinión mundial a resolver ese problema.
Sin embargo, no tienen la capacidad logística para suministrar millones de litros de agua e inmensas cantidades de alimentos a los iraquíes, porque ni siquiera han podido garantizarlo para sus pro-pias tropas, por ejemplo, para la tercera división. Confiaron en que el levantamiento popular y la no-destrucción aérea de esa infraes-tructura iba a resolver el problema, solución que no se materializó. Al no colapsar la resistencia bajo los primeros golpes, la cantidad de tropas y el poder de fuego se volvió insuficiente para el teatro de operaciones y la estrategia escogida. Según el general Barry McCaffrey, comandante de la 24 división mecanizada en la guerra de 1991, a los invasores les faltan “por lo menos dos divisiones pesadas y un regimiento de caballería blindada” en el terreno. “Eso es lo que dicta la doctrina”. El posterior anuncio del Pentágono, de en-viar otros 120 mil soldados a Irak, confirma los graves errores de planeación y logística de toda la campaña.
La negación del parlamento turco de facilitar su territorio para un ataque terrestre estadounidense, fue un factor fundamental en este escenario, al igual que la presión mundial contra la guerra, que obligó al gobierno de Bush a acortar las deliberaciones en el Con-sejo de Seguridad, porque mermaban la base ideológica de la agre-sión. El desplazamiento de esas unidades blindadas hacia el sur de Irak hubiera requerido alrededor de cuatro semanas y, dentro del contexto de la creciente crítica mundial esa espera no le convenía a Washington. Por eso, Bush y Blair lanzaron la invasión a destiem-po, cuando su preparación logística aún no había terminado.
Lo que ha frenado el avance de los “nuevos mongoles” (Saddam) ha sido el heroísmo del pueblo iraquí, las condiciones climáticas de los últimos días, las continuas protestas a nivel mundial y los propios errores de los agresores. Pero este éxito táctico no decide la guerra. Los nuevos nazis han entendido que subestimaron al enemigo. Adaptarán muy rápidamente su equivocada estrategia a la nueva situación, redefiniendo posiblemente el sur de Irak como nuevo “centro de gravitación” del poder iraquí que tiene que liquidarse antes del asalto a Bagdad. Los iraquíes no tienen otra posibilidad de defenderse que evitar el enfrentamiento directo con las fuerzas invasoras en las planicies, seguir con la guerra irregular, concentrar sus tanques en las ciudades, usar minas y esperar a los invasores en la lucha urbana.
Esa es la apocalíptica experiencia de Leningrado y Stalingrado. Para evitarla, sería necesaria una acción concertada de la Asamblea General de las Naciones Unidas, encabezada por Francia, Alema-nia, China y Rusia. Pero, con la cobardía política que generalmente muestran ante Estados Unidos, la esperanza de detener a los nue-vos nazis por la vía institucional no es muy grande. Sólo quedan los pueblos para parar a los jinetes del Apocalipsis que galopan por la antigua Mesopotamia.
La lección militar de irak
El gobierno de George Bush pretende hacer creer a los pueblos del Tercer Mundo que su máquina militar es irresistible y que, por lo tanto, ni intenten ofrecer resistencia a la instalación del nuevo pro-yecto fascista del eje Washington-Londres-Tel Aviv. La evidencia empírica de la futilidad de toda resistencia militar estaría en las guerras del golfo Pérsico, de Serbia, de Afganistán y, ahora, en Irak. La verdad es que, si bien esas guerras han demostra-do el terrible poder de destrucción de los nuevos armamentos, han revelado, al mismo tiempo, sus debilidades. La guerra de agresión contra Irak ha dejado claro que la máqui-na bélica de Washington tiene serias limitaciones en cuatro cam-pos, que son decisivos para el desenlace de un conflicto armado: el económico, el comunicativo, el político y el militar.
En lo económico, Estados Unidos no puede sostener una gue-rra de mediana duración contra un Estado bien organizado, por-que sus parámetros macroeconómicos no lo permiten, mientras opere en condiciones de paz. En lo comunicativo, la agresión mos-tró que el control mundial neofascista de los medios se fracturó por las rivalidades interimperialistas que están generando un siste-ma tripolar de la sociedad global.
En lo político, la ilegitimidad de la agresión se convirtió en la mayor hipoteca de los guerreristas de Washington y Londres, pese al carácter desacreditado del régimen de Saddam, y complicará toda futura agresión que encuentre un escenario político y mediático no peor que el de Irak.
Lo más revelador de la guerra de Irak se encuentra, sin embargo, en el campo de lo militar, cuyas lecciones para la defensa de los países tercermundistas son vitales. Para juzgar el desarrollo del conflicto de Irak, hay que entender que la estrategia militar iraquí fue absolutamente inadecuada para enfrentar la ofensiva estadounidense. Al igual que en la guerra con-tra Irán y en la del Golfo, Saddam Hussein demostró una vez más que fue un pésimo estratega militar. En la agresión contra Irán, con todo el apoyo del imperialismo estadounidense y europeo, no pudo ganarle a las milicias de las guardias revolucionarias de los ayatolas. Un millón de personas, más de 60% de ellas iraníes, pagaron con su vida esa criminal operación al servicio de Washington.
En 1991, la demencial invasión de Saddam a Kuwait provocó la guerra con las fuerzas unidas de Occidente, a las cuales se enfrentó con una estrategia militar copiada de las grandes batallas de tan-ques en las estepas rusas de la Segunda Guerra Mundial, sin darse cuenta que había pasado medio siglo. De esa manera, el arquitecto de la “Madre de todos los fracasos militares” llevó a sus fuerzas ar-madas nuevamente a la destrucción: fueron hechas pedazos, con cien mil muertos y más de trescientos mil heridos.
Doce años después, le proporcionó al imperialismo estadounidense otra coyuntura para establecer su dominio en Medio Oriente y, de nueva cuenta, su conducción fue un desastre. Salvo la heroica resistencia de unidades aisladas y fuerzas paramilitares en focos de combate en el sur, no apareció nunca un plan de batalla congruente capaz de derrotar la intervención. Los pozos petroleros, que eran la razón de ser de la agresión, cayeron virtualmente intactos en manos de los invasores. Los puen-tes sobre los grandes ríos no estaban minados, de tal manera que no ofrecieron ninguna ventaja militar a los defensores. Francotiradores y minas no jugaron ningún papel importante en la defensa, pese a que cualquier principiante de las artes militares sabe que, en ese ti-po de conflictos, son las armas principales. Saddam, quien despreciaba los consejos militares de Fidel Cas-tro, nunca escuchó la frase de Fidel de que “con minas y fusiles le ganamos la guerra a Batista”. Nunca habló con el gran estratega para que le explicara cómo había ganado una guerra contra el ejér-cito sudafricano en Angola, pese a que se encontraba a noventa mi-llas de Miami y a 16 horas de vuelo del campo de batalla; pese a que el ejército de los racistas sudafricanos contaba con siete armas nu-cleares proporcionadas por los expertos de Israel; pese a que cerca de la zona de combate existía una importante base militar de la Or-ganización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y pese a que los militares soviéticos habían creado una peligrosa situación de derro-ta estratégica en Cuito Canavale. Tampoco se había enterado de la guerra de guerrillas de El Sal-vador, que es uno de los pocos casos de estudio donde la guerrilla urbana nunca pudo ser derrotada por la dictadura, y donde el ejér-cito de la oligarquía, apoyado por los militares gringos, nunca lo-gró desalojar a la guerrilla (FMLN) del cerro de Guazapa, porque basó su defensa en minas y francotiradores. De la misma manera, la defensa de Bagdad era prácticamente inexistente. En un caso comparativo, los rebeldes chechenos ha-bían convertido su capital, Grosny, en un pequeño Stalingrado, cuya conquista la pagó el ejercito ruso con enormes pérdidas humanas, materiales y semanas de encarnizados combates. En Bagdad, más allá de la propaganda y de las palabras, no había nada.
El perfil de la estrategia militar ofensiva estadounidense ha quedado claro en Irak. Fuertes columnas de tanques pesados, acompa-ñadas por infantería mecanizada —protegidas en tierra por artillería y, desde el aire, por helicópteros de reconocimiento, helicópteros de ataque, bombarderos tácticos y, si es necesario, bombarderos es-tratégicos— avanzan en ataques nocturnos, aprovechando su supe-rioridad tecnológica.
Frente a este patrón de combate, el patrón de defensa exitosa de un país con tecnología bélica inferior es claro y no permite equi-vocaciones. Son cuatro condiciones básicas que tiene que cumplir para alcanzar la victoria: 1) La unidad interna, 2) un liderazgo a la altura del desafío, 3) un apoyo sustancial internacional y, por últi-mo, 4) cinco tipos de armamento. Las armas antiaéreas son vitales para impedir el uso de helicópteros del enemigo. Los cohetes antiaéreos de largo alcance (30 km), serán destruidos con cierta rapidez por Washington; pero cohetes antiaéreos de corto alcance, organizados en grupos móviles de dos a tres combatientes, son prácticamente indestructibles y, por lo tanto, un medio de disuasión muy efectivo. Cuando los tanques pierden la inteligencia y protección aérea de los helicópteros, se vuelven vulnerables a misiles y minas y pierden gran parte de su efectividad, sobre todo en las ciudades. Minas contra personas, equipos de visión nocturna y francotiradores completan el arsenal de defensa indispensable. Dado que el ataque inicial de las fuerzas estadounidenses se dirige contra el Comando Central de operaciones y sus estructuras de co-municación, las zonas de defensa tienen que estar organizadas de ma-nera coordinada, pero autónoma, antes del inicio de la confrontación bélica, para que los objetivos tácticos y estratégicos, formas de lucha, logística, etcétera, sean organizados conforme a las características de cada región y el tipo de enfrentamiento que ha de esperarse.
La guerra popular prolongada, según la experiencia vietnamita, o la guerra de todo el pueblo, conforme a la doctrina cubana, sería la estrategia militar dominante, en la cual tropas especiales, unidades irregulares y la “topografía” de las ciudades juegan un papel central, junto con el vector tiempo, que refleja el patrón de una guerra de desgaste prolongada. “El enemigo es fuerte en sus posiciones, pero es débil en sus movimientos”, sostiene la sabiduría militar de Fidel Castro, quien afirma, en otro contexto, que ocho combatientes bien entrenadas son un “pequeño ejército” que puede hacer un tremendo daño al enemigo.
Es ese tipo de guerra que el ejército estadounidense no puede ganar. Y mucho menos bajo un gobierno como el de George W. Bush, cuyos “tanques pensantes” tienen mucho que ver con los tanques y poco con el pensamiento. En su mente simplista cayeron víctimas de su propia propaganda, creyendo que serían ovacionados como libertadores de la tiranía de Saddam. Cuando despertaron, habían abierto la caja de Pandora del nacionalismo iraquí, de una posible teocracia chiíta al estilo de los ayatolas iraníes y del panarabismo. Cayeron en el clásico dilema de una fuerza de ocupación extranjera con diferente fenotipo, cultura y lenguaje a los de la población nacional, creando “anticuerpos” expulsores que empiezan a organizarse a nivel nacional. Se repite la experiencia de Afganistán, donde la oferta del presidente Hamid Karzai a los talibanes, de “reconciliarse” con el gobierno, refleja el fracaso de la opción militar estadounidense, al igual que en Palestina, donde la imposición del Primer Ministro títere en contra de Yasser Arafat, sólo agudizará las contradicciones y la resistencia armada.
¿Cómo vencerá, en esos escenarios de guerra irregular, una bri-gada de tanques Abrams-M1, a un grupo de cien civiles que pide la reapertura de una escuela primaria? ¿Cómo vencerá un bombar-dero “invisible” de dos mil millones de dólares o un misil crucero “inteligente” de Occidente, que cuesta un millón de dólares, a un arma inteligente islámica, compuesta por veinte kilogramos de ex-plosivos plásticos, una pila eléctrica y una persona que ha optado por la inmolación anticolonial? La única manera de dominar en estas condiciones consiste en el establecimiento de tiranías aun más terroristas que la de Saddam, que son inherentemente inestables, por la resistencia de los pueblos.
La lección militar de Irak no es, por lo tanto, que las agresiones militares de Estados Unidos son irresistibles, sino que los pueblos unificados, con una conducción de vanguardia y el armamento ade-cuado, representan un baluarte militar de tal fortaleza que ningún gobierno de Estados Unidos puede quitarles la libertad, mientras haya democracia formal en ese país. Sólo el establecimiento de una dictadura fascista abierta en Estados Unidos y el genocidio de la población de un país agredido podría crear las condiciones para el triunfo de la máquina militar estadunidense. Y esto es algo que está fuera del alcance del gobierno de George Bush.