Al término de la primera guerra, Italia, que se encontraban entre los países vencedores, quedó en situación casi tan lamentable como la de los vencidos. Sus aspiraciones nacionalistas habían quedado frustradas al no obtener lo esperado en el reparto de territorios, tenía un grave endeudamiento con los aliados, y su situación interior mostraba una inflación crítica, escasez de alimento y desocupación.
Alentado por el triunfo de la revolución soviética, el movimiento obrero italiano se organizó y expulsó a los propietarios de las fábricas. En 1919, el Partido Socialista italiano alcanzó un claro triunfo. Como muchos partidos socialistas europeos, sufre una división interna al separarse de él los partidarios comunistas.
Estas filas surgió Benito Mussolini, que definió su lucha en contra del alcance del comunismo. La figura de Mussolini, como la de cualquier otro dictador, se caracterizó por su extraordinaria fuerza personal, su gran sentido de oportunidad, su capacidad para dirigir y sus pocos escrúpulos. Fue ganando de pronto adeptos entre una sociedad afectada por la crisis y el partido fascista (1921). Su influencia fue infiltrándose en la administración, la política, los tribunales y el ejército.
Los llamados camisas negras, grupos paramilitares, provocaron escaladas de violencia y de terrorismo asaltando interrumpiendo en reuniones comunistas y socialistas.
El triunfo del fascismo se logró en gran medida por el apoyo de empresarios e industriales poderosos. El prestigio de Mussolini creció y después de la famosa "marcha sobre Roma" (1922), en la que participaron millares de sus partidarios, Mussolini como todos los controles del gobierno.
Dentro del parlamento, Mussolini obtuvo plenos poderes y disolvió la Cámara. Se prohibieron las denuncias y cualquier oposición al gobierno; quien intentaba era secuestrado y asesinado por las escuadras fascistas; se suprimió a los demás partidos políticos y a la prensa de oposición. Mussolini era dictador absoluto: el duce.
Proclamaban la benéfica y provechosa desigualdad de clases, el derecho de los mejores a gobernar, las élites en los puestos de mando, la supremacía del Estado sobre el individuo, y los principios indiscutibles de la disciplina, la autoridad y la jerarquía. Consideraba que la ley de la naturaleza señalaba que los mejores no eran los más sino los menos; no podría ser admisible un gobierno de mayorías, pues significaría sobreponer la voluntad de los inferiores a las de los mejores. Por tanto las minorías selectas debían gobernar.
Formalmente, Italia en una monarquía constitucional; había un rey y un parlamento, del oeste estaba dominado por el partido fascista, único partido identificado con la nación misma. Disciplinado, centralizado y privilegiado, el partido se convirtió en el instrumento de un poder del Estado absoluto y autoritario en manos del dictador. Su injerencia cubrió todos los campos.
La educación política se enseñaba desde la infancia, inculcando normas de valor y disciplina; el industrial, el partido solucionaba los problemas laborales; la religión era del partido, aunque en este renglón la fricción entre Mussolini y el Vaticano llevaron un acuerdo conocido como tratados de Letrán (1929), en el que, por mutuas conveniencias, el diputado reconoció la independencia de la Ciudad del Vaticano bajo el mandato del Papa, aceptaba la religión católica como única religión del Estado italiano y se comprometió establecer su enseñanza en las escuelas. Pero a la Iglesia de quedó vedada toda injerencia en asuntos del Estado.
Mussolini revisión muchas reformas. Son el programa de obras públicas aumentó el empleo. Para impedir el deterioro de la moneda, aumentó las producciones agrícolas y el acero hasta cubrir las necesidades del mercado nacional.
Así el exterior, Mussolini tuvo una política de corte imperialista, expansionista y agresiva. Buscó que el mar Adriático y el Mediterráneo se convirtieran en una especie de lago italiano. En 1935, invadió Abisinia (hoy Etiopía) y se la han hecho. En congruencia con la supuesta superioridad racial y un exaltado nacionalismo, el fascismo italiano, influido por la Alemania nazi, inició en 1938 campañas de discriminación hacia judíos, negándoles participación en algunas ramas de la actividad e incluso expulsándolos del país.