Por su imponente extensión geográfica, su exuberante demografía y su espectacular crecimiento económico, China está llamada a recuperar la relevancia que «el Imperio del Medio» tuvo hace más de dos siglos. Es actualmente la segunda economía del mundo y, si sigue creciendo al ritmo de un 10% anual, en dos décadas superará a los Estados Unidos. No obstante, importantes desafíos internos condicionan su progreso. Destacan, en el plano económico, una producción en exceso intensiva en mano de obra y energéticamente dependiente y muy contaminante. A pesar del rápido progreso en el nivel de vida de su población sigue contando con más de 150 millones de pobres y ocupa el puesto número
103, con unos 3.687 $ –13 veces menos que EE.UU.– en la clasificación mundial de la renta por habitante. En el plano social y político existen tensiones más o menos latentes –minorías, carencia de mecanismos adecuados de protección social– que irán creciendo al compás del de- sarrollo económico.
El enorme peso de factores histórico-culturales y civilizatorios, como el confucionismo y el sino-centrismo, encarnados hoy en el cuerpo del Partido Comunista Chino (PCCh) –que está rentabilizando la indudable mejora del nivel de vida de gran parte de la población y la recuperación de la grandeza perdida con afirmación del país en la esfera internacional– impide que el progreso económico lleve aparejado de forma auto- mática una evolución hacia formas más democráticas de gobierno, al menos en el corto y medio plazo.
Las fragilidades internas y la fortísima impronta de una cultura y de una historia milenaria, hace extremadamente aleatoria cualquier predic- ción de comportamiento en el plano internacional. Hoy por hoy China se define por su tendencia a colaborar a mantener el statu quo multipolar, asumiendo el rol de superpotencia, tomando parte activa en la gober- nanza global, movida sobre todo por la necesidad de ir ganando tiempo en su proceso de modernización. Nada debe distraerle de este objetivo, de ahí que no pretenda «sinizar» el mundo, ni siquiera formar un direc- torio con un G2 con Estados Unidos. Cuál sea la evolución en un futuro más lejano es una incógnita en estos momentos: Dependerá de cómo se vayan resolviendo sus tensiones internas antes mencionadas. Pero también las externas: con Japón, por cuestiones territoriales y regiona- les; con Estados Unidos y sus aliados asiáticos por Taiwan; con Rusia por Siberia; con la India por cuestiones geopolíticas; y con la comunidad internacional en general por sus «amistades peligrosas» con Pyongyang y Myanmar. Parece probable que una puesta en tela de juicio de su li- derazgo regional o de su papel de actor global haría que su comporta- miento fuese menos cooperativo. En todo caso, el mundo tendrá que irse acostumbrando a lidiar con el nacionalismo con el que el PCCh ha sabido aglutinar a tan numerosa como heterogénea población.