Después de un decenio de fuerte declive económico, la Federación Rusa emprendió una senda de rápido y estable crecimiento a partir de 2007, con unas tasas medias anuales en torno al 7 por ciento. Ello ha sido posible por la puesta en marcha por los Gobiernos de Putin y Med- védev de unas políticas fiscal y macroeconómica adecuadas y profundas reformas en sectores clave de la economía. Si sigue por ese camino, invierte en capital humano, diversifica su economía y se integra en los mercados globales, en quince años podrá tener una riqueza por habi- tante de país desarrollado. Los principales obstáculos que tendrá que ir superando es la caída y el correlativo envejecimiento de la población, la disminución de las inversiones en energía, infraestructuras, educación o sanidad, el infradesarrollo del sistema bancario, un deficiente estado de derecho, la corrupción y el crimen organizado. Pero, sobre todo, deberá colmar ese desajuste de valores (values gap) entre las pulsiones a favor del libre mercado con fuerte presencia del Estado en lo económico y aquellas otras proclives al autoritarismo en lo político, que se reflejan a su vez en su sempiterna alma bipolar: pro occidental, de un lado; y de soberanía democrática o dirigida, de corte asiático.
En menos de dos décadas Rusia ha tenido que superar el gran trau- ma de la desaparición de la URSS y enfrentarse a una serie de retos in- ternos. Entre ellos destacan la reordenación de las fronteras y el control y la gestión de su inmenso espacio: más de 17 millones de kilómetros cuadrados, la mayor porción de tierras emergidas del planeta; la recu- peración de la autoridad política y social; el reemplazo de la economía planificada, tras su colapso repentino, por una economía de mercado, al principio controlada por especuladores y oligarcas, al igual que los me- dios de comunicación; poner freno a una violencia galopante cuyas principales fuentes son el terrorismo de signo separatista (de 1991 a 2008 se produjeron 1.107 atentados, cobrándose uno de ellos, el de Beslan, 344 muertos y 727 heridos), los delitos perpetrados por las mafias de la droga (aumentaron un 139% en diez años) y la corrupción.
Yeltsin consiguió que Rusia fuese aceptada como potencia mundial pero ignorada como potencia regional. Fue durante su mandato cuando Rusia tuvo que pasar el mal trago de ver como los países del Este de Europa se integraban en la OTAN. Tampoco acertó a que el comunismo fuese reemplazado por una democracia de corte occidental, sino por un nacionalismo paneslavo que dificulta la gestión de las minorías no rusas. Tras su salida llegó al poder una nueva clase dirigente integrada por antiguos dirigentes del aparato soviético y tecnócratas incorporados durante la Glasnost al complejo industrial-militar. Esta nueva clase ha realizado un amplio proceso de recuperación económica y un fortale- cimiento del poder central del Estado, personificado en la Presidencia federal, que tiene un amplio respaldo social –el llamado consenso Putin– y que ha dado origen a una democracia dirigida, también calificada de soberana cuando trasciende del plano interno y se proyecta en la esfera internacional.
En este último contexto, la expansión de la OTAN y la UE a los paí- ses de Europa Central y Oriental ha provocado una evolución de los ob- jetivos y estrategias de la política exterior rusa: desde las posiciones negociadoras y multilaterales de los primeros años de la Presidencia de Yeltsin hacia una reivindicación del espacio de seguridad estratégica de Rusia (Cáucaso, Asia Central, Bielorrusia, Ucrania, Georgia, Moldavia), que Moscú considera compatible con una acción exterior orientada al entendimiento diplomático con las grandes potencias euro-atlánticas y asiáticas (Organización de Cooperación de Shanghái, por ejemplo) en las grandes cuestiones que afectan al orden político y económico mun- dial. El impulso de Rusia a la creación de los BRIC, como un foro que fortalece su posición internacional, no significa que los dirigentes del Kremlin ignoren las apreciables contradicciones y conflictos de intereses que distancian o dividen al propio grupo de potencias emergentes. Por este motivo, durante la próxima década Moscú seguirá concediendo una prioridad máxima en su política exterior a las relaciones con Estados Unidos, la OTAN y la UE buscando el entendimiento político, económico y militar –en esta línea se inscribe la iniciativa Medvedev a favor de una Estrategia de Seguridad Europea– pero sin rehuir la defensa de sus inte- reses globales y regionales.