La Guerra Ruso-Japonesa fue uno de los primeros grandes conflictos entre las grandes potencias mundiales en el Siglo XX. Enfrentó a una de las potencias europeas tradicionales contra un país que tan solo medio siglo antes era un grupo de islas semi-feudales e intrometidas que habían rechazado por siglos el avance tecnológico y el comercio con los otros continentes. Cualquiera que hubiera pensado que esta pequeña nación isleña, Japón, podría vencer al imperio terrestre más grande en la faz de la tierra hubiera sido considerado un lunático. Pero pasó. Y no solo pasó, Rusia fue humillada a tal grado que sufrió de varias revueltas que llevarían eventualmente a la Revolución de 1917. Sería la primera vez en la historia moderna que una potencia asiática derrotara a una europea.
Preludio
En el verano de 1853 arribaron a la tierra del sol naciente un grupo de barcos comandados por el Comodoro Matthew Perry de los Estados Unidos. Estos “buques negros” forzaron a los japoneses a hacer algo que por siglos se habían negado hacer: comerciar con el exterior. La vergüenza de haber rechazado la tecnología moderna, dejando al país en un claro estado de inferioridad militar, desencadenaría un giro de 180 grados en la historia de Japón. Durante la siguiente década, la Restauración Meiji dotaría al país de una burocracia moderna, una economía dinámica y unas fuerzas armadas inspiradas en aquellas del Occidente y con esto, ambiciones imperiales en el resto del continente asiático.
Por su lado, Rusia era un gigante con pies de barro. Si bien era cierto que contaba con el ejército más grande del mundo, éste era todo menos moderno y eficiente. Su última guerra contra una potencia mundial, la Guerra de Crimea, fue un desastre y sus conflictos subsecuentes serían contra naciones más débiles (el Imperio Otomano) o de plano retrasadas (Persia, los pueblos de Asia Central). Sus altos mandos eran por lo general aristocráticos por lo que los principales comandantes gozaban de sus puestos por sus conexiones políticas y no por su habilidad militar. Finalmente, la enorme extensión haría que tardaran meses para que arribaran reservas al frente, por no decir que llegara una flota nueva.
Para finales del siglo XIX, Japón se había convertido en una indiscutible potencia regional. Sus ambiciones tradicionales contra Corea resultaron en la guerra Sino-Japonesa de 1895 la cual fue una victoria contundente para los nipones, sin embargo, en el tratado de paz intervinieron las potencias europeas y Japón se quedó robado de su triunfo: Rusia se quedó con la estratégica base de Port Arthur (Lüshunkou) y terminó ocupando Manchuria y parte de Corea. Aún demasiado débiles para enfrentarse directamente, Japón concluyó una alianza estratégica con la Gran Bretaña en 1902 que le proporcionaría las herramientas para modernizar su flota. El último día de 1903, Japón le lanzó un ultimátum final a Rusia para que se retirara de Port Arthur. La guerra había iniciado.
La Guerra Comienza
Poco después de haber lanzado el ultimátum, Japón emprendió sus primeras acciones navales -bajo el mando del Almirante Heihachiro Togo- contra Port Arthur donde se libró la primera batalla en el mar entre ambas flotas con el resultado inconcluso. Japón posteriormente desembarcó tropas en Incheon, Corea, ocupando la península y avanzando hasta la frontera norte con Manchuria para luego también desembarcar en varios puntos de la península Liaotung donde se encontraba Port Arthur. Allí comenzó una campaña sangrienta para sitiar y capturar el puerto; sería un preludio a la carnicería de la Primera Guerra Mundial por su uso profuso de trincheras y ametralladoras lo cual hizo que ambos ejércitos incurrieran en bajas tremendas.
Ante el asedio, los Rusos decidieron escapar su flota del puerto pero el almirante Togo estuvo preparado para tal ocurrencia. En la Batalla del Mar Amarillo, la flota japonesa le propinó una derrota a los rusos y los forzó a regresar a la seguridad de Port Arthur. No obstante, con los ejércitos nipones sitiando el puerto eventualmente los buques que regresaron fueron hundidos por la artillería terrestre. Ante la périda de su flota pacífica, el Zar ordenó mandar la flota del Báltico hacia el oriente en una travesía alrededor del mundo que duraría meses. Casi lo mismo tomaría mandar soldados de refuerzo via el Ferrocarril Transiberiano, una verdadera pesadilla logística. Finalmente, el 2 de enero de 1905 cayó Port Arthur tras semanas de combate brutal y miles de muertos.
Victoria en Manchuria y Tsushima
En tierra, los japoneses ya habían preparado su avance hacia Manchuria desde 1904, derrotando a los rusos en la Batalla de Liaoyang y posteriormente en la Batalla de Muken en febrero de 1905 tras la cual el ejército japonés se vio forzado a retroceder debido a las considerables bajas que sufrieron. Sin embargo, la guerra sería decidida no en los campos de batalla de Manchuria sino en el mar. Para finales de mayo de 1905 la Flota del Báltico rusa había llegado a la zona de conflicto y ante la caída de Port Arthur buscaba arribar al puerto de Vladivostok. Pero el brillante Almirante Togo los estaría esperando en el estrecho de Tsushima; el choque de estas dos flotas se convertiría en la batalla naval más grande de la época y que sería estudiada hasta hoy día.
Los japoneses, aunque numéricamente inferiores a los rusos, tendrían varias ventajas sobre sus adversarios: sus tripulaciones estaban rigurosamente entrenadas, contaban con ojivas altamente explosivas y con buques más modernos. El acorazado de Togo, el Mikusa, era considerado el más poderoso del mundo en su momento (construido en Inglaterra gracias a la alianza previa) y en algunas batallas sufrió hasta 20 disparos directos sin hundirse. Eran también más rápidos y maniobrables lo cual ayudo a que Togo lograra “cruzar la T” (es decir, alinear su flota de manera perpendicular al enemigo para concentrar todo su fuego) dos veces. El resultado lo diría todo: a cambio de apenas 3 buques pequeños de torpedos, Japón logró hundir 8 acorazados rusos y en total destruir, desabilitar o capturar 34 navíos enemigos. 117 muertos contra 4,380.
El Fin
La Batalla de Tsushima marcaría el fin de la guerra y al poco tiempo comenzarían los esfuerzos por negociar un tratado de paz. El mediador sería Teodoro Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, que finalmente logró un cese al combate en el Tratado de Portsmouth el 5 de Septiembre de 1905 (gracias a esto, recibiría el Premio Nobel de la Paz). No obstante, el tratado fue muy desfavorable para Japón, que solo ganó mitad sur de la Isla Sajalín y el retiro de los rusos de Manchuria. Por ende, las intenciones imperalistas del sol naciente no terminarían: en 1910 anexarían Corea y a partir de los años treinta comenzaría una campaña masiva para conquistar China y que eventualmente llevaría a la guerra contra los Estados Unidos.
Mientras que Japón sorprendió al mundo con su victoria inesperada (ya que en ese entonces la mentalidad racista del Occidente consideraba impensable que un país europeo fuera derrotado por un asiático), Rusia se hundió en el caos político y social, llevando a la Revolución de 1905 que debilitaría al gobierno imperial del Zar. La debilidad rusa se haría manifiesta para el país que en menos de una década sería su principal enemigo en la Primera Guerra Mundial, Alemania, como también sería preocupante para aquellos países que serían sus aliados, particularmente Francia. Sin nadie quien se opusiera a su expansión militar, Japón se convertiría en el amo y señor del Pacifico gracias a una poderosa e innovadora armada que sería el legado de la genialidad de Togo, “el Nelson del Oriente”.